“LA VIDA” DEL ABSURDO
“Si es absolutamente necesario que el arte o el teatro sirvan para algo, será para enseñar a la gente que hay actividades que no sirven para nada y que es indispensable que las haya.”
-Eugène Ionesco-
Tras más de un lustro de conflicto y miles de vidas asesinadas durante este período y póstumamente, nace una nueva manifestación artística dentro del espejo de la vida (teatro), como respuesta a los acontecimientos sucedidos en la segunda guerra mundial y que hasta la fecha nos siguen martirizando, esta es el teatro del absurdo. Una “recua” de transgresores y perceptivos dramaturgos, entre los años 1940 y 1960, decidió tomar como armas su creatividad y su perspectiva de la vida, para darles a la sociedad un fogonazo de conciencia. Es así como autores de la calaña de Beckett o Ionesco, valiéndose del misticismo escénico y las convenciones teatrales, estampan en el rostro de un público autómata una buena dosis de realidad poco digerible, mostrando de este modo la irónica condición SOCIAL y MORAL en el que se encuentra desarrollando sus monótonas y esquivas actividades. Entonces, ¿será, el teatro del absurdo, un buen forjador de conciencia colectiva?
Los temas tratados por este estilo de dramaturgia muestra lo paradójico de nuestra situación coetánea, la persona se desarrolla en lo que justamente lo sumerge en la más inconsciente ignominia; y así, convoca al espectador a darse cuenta de su propia situación en colectividad, en su vida y en su forma de vida. Temas como la incomunicación, el racismo, la exclusión, etc., sirven de inspiración y exaltación a autores sensitivos con intenciones de mostrar la realidad de las personas. Pues, el teatro es aceptado en tanto sea verosímil, y la estupidez e inconciencia humana existen; ergo, el teatro del absurdo existirá y será aceptado.
Incluso el estilo dramático del absurdo aporta mucho en su búsqueda por la cognición humana; al generar situaciones ilusoriamente ilógicas, obliga al público comprometido a hacer uso del recurso más accesible y a su vez menos empleado, la razón. Solo esta, sumada al mínimo reflejo de sus actividades comunes y acontecimientos contemporáneos, dará forma y lógica a este laberintoso rompecabezas dramático con sobrecargado contenido socio-moral.
A su vez, el efecto producido adredemente por este tipo de teatro, símil al teatro épico, es de extrañeza y distanciamiento. Conduciéndole al espectador a generar una crítica y un cuestionamiento de la situación y de los personajes de la obra, incluyendo su manera de portarse frente dicha situación. Este vapuleo hacia las actitudes vistas, es una severa autocrítica que el público debe aprender a reconocer.
Precisamente se toma como un antecesor medieval del teatro del absurdo, la “moralidad alegórica”; una forma teatral donde el protagonista interactúa con diversas personificaciones de algún aspecto moral que intentan llevarlo por buen camino.
El teatro del absurdo nace, pues, con el afán de descubrir la gnosis comunitaria, a través de situaciones aparentemente absurdas y que irónicamente el público acepta como realidad. Esta, por tanto, es la esencia de esta estética teatral, camuflada inteligentemente tras el manto de lo irracional; y que sirve como un diluyente de anteojeras, como reformador de la perspectiva socio-moral que tiene cada persona de sí misma y como generador de un tipo de estética mucho más importante: la estética de vida.
“Si es absolutamente necesario que el arte o el teatro sirvan para algo, será para enseñar a la gente que hay actividades que no sirven para nada y que es indispensable que las haya.”
-Eugène Ionesco-
Tras más de un lustro de conflicto y miles de vidas asesinadas durante este período y póstumamente, nace una nueva manifestación artística dentro del espejo de la vida (teatro), como respuesta a los acontecimientos sucedidos en la segunda guerra mundial y que hasta la fecha nos siguen martirizando, esta es el teatro del absurdo. Una “recua” de transgresores y perceptivos dramaturgos, entre los años 1940 y 1960, decidió tomar como armas su creatividad y su perspectiva de la vida, para darles a la sociedad un fogonazo de conciencia. Es así como autores de la calaña de Beckett o Ionesco, valiéndose del misticismo escénico y las convenciones teatrales, estampan en el rostro de un público autómata una buena dosis de realidad poco digerible, mostrando de este modo la irónica condición SOCIAL y MORAL en el que se encuentra desarrollando sus monótonas y esquivas actividades. Entonces, ¿será, el teatro del absurdo, un buen forjador de conciencia colectiva?
Los temas tratados por este estilo de dramaturgia muestra lo paradójico de nuestra situación coetánea, la persona se desarrolla en lo que justamente lo sumerge en la más inconsciente ignominia; y así, convoca al espectador a darse cuenta de su propia situación en colectividad, en su vida y en su forma de vida. Temas como la incomunicación, el racismo, la exclusión, etc., sirven de inspiración y exaltación a autores sensitivos con intenciones de mostrar la realidad de las personas. Pues, el teatro es aceptado en tanto sea verosímil, y la estupidez e inconciencia humana existen; ergo, el teatro del absurdo existirá y será aceptado.
Incluso el estilo dramático del absurdo aporta mucho en su búsqueda por la cognición humana; al generar situaciones ilusoriamente ilógicas, obliga al público comprometido a hacer uso del recurso más accesible y a su vez menos empleado, la razón. Solo esta, sumada al mínimo reflejo de sus actividades comunes y acontecimientos contemporáneos, dará forma y lógica a este laberintoso rompecabezas dramático con sobrecargado contenido socio-moral.
A su vez, el efecto producido adredemente por este tipo de teatro, símil al teatro épico, es de extrañeza y distanciamiento. Conduciéndole al espectador a generar una crítica y un cuestionamiento de la situación y de los personajes de la obra, incluyendo su manera de portarse frente dicha situación. Este vapuleo hacia las actitudes vistas, es una severa autocrítica que el público debe aprender a reconocer.
Precisamente se toma como un antecesor medieval del teatro del absurdo, la “moralidad alegórica”; una forma teatral donde el protagonista interactúa con diversas personificaciones de algún aspecto moral que intentan llevarlo por buen camino.
El teatro del absurdo nace, pues, con el afán de descubrir la gnosis comunitaria, a través de situaciones aparentemente absurdas y que irónicamente el público acepta como realidad. Esta, por tanto, es la esencia de esta estética teatral, camuflada inteligentemente tras el manto de lo irracional; y que sirve como un diluyente de anteojeras, como reformador de la perspectiva socio-moral que tiene cada persona de sí misma y como generador de un tipo de estética mucho más importante: la estética de vida.
Alexander//GofH
LICANTROPO
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